Las cosas se hacen eternas. Y te tenía en mi eternidad.
Soplándome a los pelos de las piernas
que tenían casas erizadas para animales de montaña.
Ya sabía que no te gustaba.
Aún en el disgusto no queríamos parar, nadie lloraba y éramos eternos.
Solos eternamente. Mientras tus pupilas pestañeaban.
Masticabas mis mandíbulas con los dientes de los ojos. Y lo parecía, parecía que estábamos divirtiéndonos.
Mas suponía que no valía sólo para eso. Si esperabas después de tragarte mi imagen.